Zoltan Kunckel

... se está quemando


Arde. Un territorio dantesco hace arder su cosmografía a partir de las propias entrañas, que son el averno. Y KuZo lo sabe. Nadie le roció un rojo combustible a distancia para luego arrojarle una cerilla encendida. Nadie lo ató de pies y manos a un madero y le acercó, lentamente, una antorcha inflamada. Es decir, si, todas esas igniciones perversas y otras muchas más de ellas sucedieron, pero no de la manera que imaginamos. Para que una nación arda, el fuego debe proceder de su más íntimo tormento. Sí. Todo vino desde adentro. La chispa sulfurosa y la candela que no cesa; el carburante encarnado y la antorcha; el pedernal que estalla en millones de esquirlas que todo lo abrasan. KuZo (como suelen hacer quienes han sido ganados por el desespero y buscan respuestas ante la desolación) enciende un cigarrillo para dejar que se consuma. E impávido lo filma: gradual, interminable. Simple gesto. Vicio pedestre. (Placer) mínimo. Solo humo. Más no. Este cigarrillo no es un cigarrillo. Este magro cilindro es el axis mundi de la destrucción. Una comarca de asaduras volcánicas, ansiosa por hacer combustión, no necesita de pirómanos extrínsecos que la aticen con sus llamas. Al igual que la salamandra, esconde en el vientre ígneo el magma de su propio holocausto. Su extremo es brasa que crepita, y el ascua da paso a la larva de escoria que se niega a desplomarse; y se entiende así que el fuego que lo agota proviene del interior, de las miserias calcinantes que ese país, Venezuela, guarda en sus cimientos. Y a pesar de intuir que la ceniza es en sí misma la esencia primordial de lo que ha sido consumido, de su naturaleza más diáfana (y de comprender que justamente allí reside su enigmática capacidad de resurrección), sucumbimos a la carcoma de no poder sofocar su sino ardiente, espeso de penitencia y duelo. Incapaces de detener su involución menguante hacia lo inorgánico, a la nigredo alquímica, solo nos resta confiar en la necesidad última del sacrificio. Sabemos que algo debe desaparecer inevitablemente (papel, tabaco, nombres, tierra, vidas) en función de la purificación. Y a la sombra de un himno (nacional), el cigarrillo perpetuo de KuZo se consume, ineluctable, y su ceniza es a un mismo tiempo efímero artefacto profético y eterno reloj de arena perpendicular al plano, colmado de virutas de aniquilación. Emana de él un humo premonitorio, que se aviva con cada guarismo incinerado: …A…L...E…U…Z…E…N…E…V… y si allí has nacido, o si allí te ha correspondido por azar bregar los derroteros de tu vida, en el país mutilado que ahora ni siquiera lleva ese nombre, con cada letra que se ausenta algo también se quemará dentro de ti, carbonizado por el ansia, inextinguible.
Sergio Márquez

VOLVER