Tàpies y los informalismos venezolanos

Exposición: 6 de junio al 13 de julio de 2013

Lugar: Galería Odalys S.L., Orfila 5, 28010, Madrid, España

Horario de exposición: 10:00 a.m. a 7:00 p.m.


 



PUBLICACIONES RECIENTES





Informalismos en Venezuela
Por Félix Suazo

El momento fundacional de la corriente informalista en Venezuela acontece en 1960, a propósito de sendas exposiciones organizadas consecutivamente por el poeta, crítico y dibujante Juan Calzadilla en el Palacio Municipal de Maracaibo y la Sala Mendoza en Caracas, bajo los títulos respectivos de “Espacios vivientes” y “Salón Experimental”. Sin embargo, ya desde 1952 el ítalo venezolano Renzo Vestrini había empezado “a desarrollar una etapa informalista con predominio del color”(1). También el caraqueño Alberto Brandt había incursionado en este lenguaje durante la segunda mitad de la década del 50 con una serie de pinturas abstractas donde se advierten reminiscencias expresivas y gestuales de Paul Klee y Jackson Pollock(2).

A estas tentativas iniciales se suman las exposiciones informalistas realizadas en la galería del grupo Sardio en Caracas a partir de 1957, experiencia que precede a la aparición en 1961 de otras agrupaciones y espacios vinculados al movimiento informalista en la capital venezolana como el local de El Techo de la Ballena, así como las galerías G y El Muro. También el Museo de Bellas Artes, entonces bajo la dirección de Miguel Arrollo, propició la presentación de gran parte de los representantes del movimiento e incluso trajo al país a importantes figuras internacionales como el español Antoni Tapies, quien expuso en sus salas en 1962. “Durante los años siguientes – escribe Perán Erminy- el arte informalista se desarrolla en forma silenciosa pero rápida, hasta llegar a transformarse en un movimiento masivo de gran magnitud”(3). Tal fue la significación de esta corriente en el campo artístico local que, según el propio Erminy, logró romper la homogeneidad de los dos bloques estéticos que se disputaban el protagonismo en la escena cultural del país: la abstracción geométrica y la figuración crítica(4).

En realidad, los informalistas venezolanos surgen en medio del “polvo de las demoliciones”(5) generadas por el proceso de modernización vernáculo. El país de entonces estaba desgarrado por fuerzas divergentes que se debatían entre la idea del progreso y la violencia. No hay que olvidar que la irrupción de este movimiento coincidió con un clima de tensión social, marcada por varias revueltas cívico militares, la aparición de focos guerrilleros y la consecuente respuesta del sector castrense. En medio de esa atmósfera, algunos artistas encontraron en el informalismo un medio de cuestionamiento del status quo, mientras otros lo asumieron como una vía de experimentación estética y reafirmación subjetiva. En todos los casos, sin embargo, se impuso la voluntad de expresión sobre la representación, prevaleciendo lo inconsciente sobre lo racional.

De manera que en el momento en que se producen las exposiciones “Espacios vivientes” y “Salón experimental”, el arte venezolano buscaba un nuevo repertorio de temas y soluciones creativas, que intentaba ampliar sus posibilidades expresivas más allá de los polos dominantes. En tal sentido, el informalismo introduce una relectura visual del territorio que se funda en la generación de superficies táctiles y accidentadas, como si el espacio plástico fuera el lugar de una cartografía desconocida y en perpetua mutación. En lugar de la “tierra prometida” -esa fijeza sobre la cual gravitó el paisajismo vernáculo de la primera mitad del siglo XX- lo que hay es una masa entrópica en la que, no obstante, se intenta recuperar una geografía indeterminada donde confluyen elementos topográficos y subjetivos.

“El arte está cansado de formas. Exige ahora significados …"(6), escribió en 1961 Moisés Ottop, seudónimo de Juan Calzadilla, quien por aquellos años celebraba la potencia estética de los muros deteriorados y la basura. Las manchas, arañazos e inscripciones anónimas que aparecían en las fachadas de las casas y edificios no sólo eran la manifestación más explícita del caos urbano, sino la expresión más cruda de una sensibilidad indomeñable y exaltada.

Al margen de los estereotipos del realismo social e igualmente opuestos a la presunción universalista del geometrismo, los informalismos venezolanos conciben el arte como algo vital, constituido por una sustancia indiferenciada que se presenta como génesis y destino de lo existente. De ahí esa confusa oscilación entre el mundo de las partículas y el universo cósmico, en cuyos márgenes cobran sentido las remembranzas del origen y las premoniciones catastróficas. De esta manera la obra deja de ser un artificio inocuo para convertirse en un cuerpo inquietante que muestra sus amorfidades y asperezas. En realidad, se trata de un lenguaje sin reglas donde el sentido está supeditado a la materia que le sirve de vehículo. Chorreados, empastes, pliegues, incisiones, grumos, constituyen signos desnudos, desprovistos de una gramática legible.

Al igual que sus homólogos de las corrientes afines en Europa (tachismo, abstracción lírica) y Norteamérica (action painting), los informalistas locales pusieron el énfasis en las superficies erosionadas, la gestualidad y el color, optando por la subjetivación de lo fenoménico en vez de limitarse a representar el contorno de lo visible. Desde esa óptica propusieron una conexión inédita entre materia e inconsciente para destacar “el instinto y el impulso emotivo como valores de la formulación de la obra”(7).

Se interesaron por las superficies ruinosas y derruidas, enalteciendo lo vetusto y lo gastado. Estaban contra la forma en cualquiera de sus manifestaciones, tanto figurativas como geométricas. Desdeñaron con igual intensidad el arte purismo y la iconicidad; prefirieron el automatismo al cálculo, el caos al orden, la materia al artificio. Cultivaron con igual devoción la melancolía y la irreverencia, el recogimiento interior y el escándalo.

Varias son las vertientes que definen el informalismo venezolano como una corriente heterogénea a la cual se adscriben intereses y soluciones diversas. Por un lado, están aquellas propuestas donde la materia desnuda tiene un papel sustantivo, ya sean tierras, cartones, trozos de madera envejecida, piezas metálicas, pedazos de tela, redes, resinas industriales o desechos orgánicos. Carlos Contramaestre, José María Cruxent, Fernando Irazábal, Daniel González, Jorge Gori y Elsa Gramcko se inscriben en este núcleo, desarrollando un trabajo donde lo artístico queda expuesto a un fuerte cuestionamiento que no sólo tiene implicaciones estéticas sino también filosóficas y políticas. La obra se presenta como parte de un proceso vital, asumiendo la precariedad y el deterioro, en cuantos síntomas físicos de un estado mental.

Otra de las orientaciones dominantes dentro de los informalismos locales es aquella que se aferra a la gestualidad y el trazo para mostrar la compleja dinámica de las pulsiones humanas, desde un plano más lírico hasta su expresión más dramática. Figuran en este grupo Francisco Hung, Nena Zuloaga Palacios, Fernando Irazábal, Carlos Hernández Guerra, Milos Jonic y Alberto Brandt, cuyas obras destacan por su fuerte inclinación gráfica. En ellas, la línea es una proyección del cuerpo y sus energías, tornándose enfática, temblorosa o desafiante, según la “temperatura” emocional del artista.

En otro flanco se agrupan las proposiciones que circunscriben su credo instintivo al espesor de la mancha, manteniéndose en la conflictiva jurisdicción del discurso pictórico. Humberto Jaimes Sánchez, Luis Chacón, Oswaldo Vigas, Mary Brandt y Maruja Rolando esbozan una cartografía cromática de gran densidad subjetiva, manejando mixturas de tonalidad ambigua y configurando superficies inestables donde se advierte la impronta de los medios empleados (espátula, brocha, manos, etc.).

Cada uno de los autores citados y otros de similar importancia que no han sido comentados en estas notas se desplaza discrecionalmente entre las tres vertientes señaladas, ora hacia lo matérico, ora a lo gestual, ora hacia la mancha. Esto no sólo caracteriza la versatilidad de los informalismos venezolanos sino la variedad de las fuentes que sustentaron sus búsquedas, especialmente la abstracción lírica, el tachismo y el expresionismo abstracto.

Unido a ello, hay que decir que los informalismos venezolanos de los años sesenta alcanzaron tal impacto en la vida artística local que incluso irradiaron su influencia hacia sus adversarios estéticos, tanto a los cinéticos como a los figurativos, fenómeno que se advierte en el primer caso en algunos trabajos de Jesús Soto y Alejandro Otero; mientras en el segundo caso alcanza las proposiciones de Jacobo Borges y Régulo Pérez. Con ello se completa un campo de acción bastante distendido que, además de renovar la sintaxis de la experiencia sensible, también desafió los límites convencionales de las disciplinas artísticas mediante el empleo de soluciones mixtas, generalmente asociadas al collage y el ensamblaje. Más que escultores, pintores, artistas gráficos y dibujantes, los informalistas fueron practicantes de una alquimia pagana que intentaba transformar la materia cruda en sustancia estética.

Por su naturaleza y alcance, el informalismo en Venezuela se desarrolló como un movimiento plural y cosmopolita, que contaba entre sus integrantes con varios creadores de origen europeo, llegados al país en los años posteriores a la segunda guerra mundial. De España vinieron Cruxent, Morera y Luque; de Italia Vestrini; de Alemania Richter, de China Hung, de Francia Gori, Jonic y Floris; cada quien con la sensibilidad propia de su gentilicio natal pero abiertamente comprometidos con la orientación renovadora de las vanguardias locales del momento.

En síntesis, el informalismo no sólo fue una de las tres corrientes artísticas que dominaron la escena artística venezolana entre fines de los años cincuenta y la primera mitad de la década siguiente, sino también un “lugar” de paso por el que transitaron artistas con diversos intereses y destinos, que luego de aprovechar o incorporar motivos y soluciones asociadas a la materia, el gesto y la mancha, torcieron el rumbo de sus indagaciones hacia otros lenguajes. Unos se inclinaron más a la geometría y otros hicieron un giro hacia la figuración, mientras hubo quienes se declararon hostiles a la estética del muro “bien pintado” donde ya no hay experimentación sino repetición de una fórmula.

Los informalismos en Venezuela están casi perfectamente sincronizados con el desarrollo de esta corriente en centro y sur América, mostrando algunas coincidencias cronológicas y discursivas con el trabajo de personalidades como José Balmes en Chile, Alberto Greco y Clorindo Testa en Argentina, Fernando Szyszlo en Perú, Guido Llinás y Antonio Vidal en Cuba, Marco Ospina Restrepo y Guillermo Wiedemann en Colombia, Lilia Carrillo en México y Antonio Bandeira, Flavio Shiró Tanaka y Manabú Mabe en Brasil, por sólo citar algunos ejemplos en los cuales la expresión prevalece sobre la mímesis.

Visto en el momento de su gestación y apogeo también hay que decir que los distintos informalismos locales no se adosan epigonalmente a las corrientes foráneas, aunque respondan a un reclamo espiritual y expresivo similar. Tales búsquedas encuentran en Venezuela un desarrollo singular, en sintonía con los avatares propios de la cultura vernácula, toda vez que introducen una vía alterna, equidistante de los dos grandes polos que se habían configurado a raíz de la polémica del 57, cuando Alejandro Otero y Miguel Otero Silva habían fijado posición en torno a la figuración y la abstracción respectivamente. Podría decirse entonces que los informalismos coadyuvaron a la reconfiguración del panorama artístico del país, reivindicaron la espontaneidad y trajeron a primer plano lo subjetivo, asumiendo la obra como un vehículo de pulsiones encontradas.

Caracas, mayo de 2013


_________________
(1) Cfr. Diccionario biográfico de las artes visuales en Venezuela (Tomo II). Fundación Galería de Arte Nacional, Caracas, 2005, p. 1361 (2) Cfr. Diccionario biográfico de las artes visuales en Venezuela (Tomo I). Fundación Galería de Arte Nacional, Caracas, 2005, p. 210 (3) Cfr. Erminy, Perán. La pintura en Venezuela. Las nuevas corrientes. En, Calzadilla, Juan (Compilador). La pintura en Venezuela. Ediciones del Círculo Musical, Caracas, 1967, p. 135 (4) Cfr. Erminy, Perán. La pintura en Venezuela. Las nuevas corrientes. Op. Cit. p. 106 (5) Mariano Picón Salas. Caracas, 1957 (Citado por Tomás Straka, en Críticas a la modernidad criolla: Caracas como espacio para la democracia) http://prodavinci.com/2009/02/04/tomas-straka-y-caracas-como-espacio-para-la-democracia/ (6) Ottop, Moisés [Calzadilla, Juan] Carta al informalismo (1961). En, Rama, Angel. Antología de El Techo de la Ballena. Fundarte, Caracas, 1987, p. 171 (7) Palenzuela, Juan Carlos. Informalistas. En, Arte en Venezuela 1959 – 1979. Cantv – Mercantil. Caracas, 2005, p. 20
Tàpies y los informalismos venezolanos
Por Odalys Sánchez de Saravo

Con la experiencia de más de veinte años promocionando el arte latinoamericano en nuestro continente, venimos ahora a España como galería, proyectando en el ámbito europeo los movimientos e individualidades que han contribuido en dar a conocer el arte y la cultura latinoamericana en el mundo, entendiendo el arte latinoamericano no sólo a través de las figuras más emblemáticas, sino a través de un conjunto de movimientos contextualizados en un tiempo y lugar determinados.

De igual manera es el momento de promover en América la obra de grandes artistas españoles, y europeos que no se conocen en la actualidad, pero que en muchos casos tienen un lenguaje semejante y perfectamente entendible para el coleccionista. Esperamos que esta simbiosis que proponemos genere un enriquecimiento de la mirada tanto para los coleccionistas de ambos continentes como para el inmenso público que siempre está atento a nuevas propuestas.

Desde hace más de 500 años, España y Latinoamérica comparten costumbres y tradiciones. Es evidente los nexos que nos unen en todos los aspectos sociales y culturales, incluyendo el arte. En este sentido se puede apreciar que existen artistas europeos cuyo desarrollo artístico se ha enmarcado en el continente americano y, por tanto, sus obras no se conocen en sus respectivos países de origen. De igual manera, que existen artistas latinoamericanos, cuya vida y obra se ha localizado en Europa, ya que en su momento, no se les dio el reconocimiento que merecen en sus propios países. Nuestra misión es fortalecer los vínculos existentes entre ambos continentes con el fin de contribuir al conocimiento universal de las artes plásticas.

Nuestro objetivo, no es sólo fomentar a los artistas ya consolidados en el ámbito internacional, sino promover a los nuevos talentos, cuya obra no se ha dado a conocer todavía en el mercado del arte. En este sentido, estamos abiertos a cualquier propuesta que contribuya al fortalecimiento de la cultura.

Estamos conscientes que este concepto de galería no es el convencional en España, pero confiamos que nuestras propuestas y métodos sean bien atendidos por el público español para así, poder cimentar puentes entre Latinoamérica, Europa y Estados Unidos.

Nuestra primera exposición es Tàpies y los informalismos venezolanos. Pero, ¿por qué los informalismos y no el informalismo?; pues porque no hubo un solo lineamiento y una sola influencia artística, sino una interpretación tomada libremente por cada uno de los artistas venezolanos quienes adaptaron el concepto de informalismo a su propia forma de ver el arte. El informalismo en Venezuela no fue un movimiento… fue quizá un lugar de paso por el que circularon libremente casi todos los artistas que dejaron huella en el siglo XX venezolano.

Y ¿por qué Tàpies?; pues porque cuando este gran maestro del arte mundial realizaba su trabajo en los años 60, aunque en España todavía no había sido reconocido, ya estaba influenciando indirectamente a los artistas venezolanos, ya sea a través de artistas e intelectuales que viajaron en ese momento entre ambos países, como es el caso de Cruxent y Contramaestre, y quienes sirvieron de interlocutores de esta forma de ver la pintura, o a través de la influencia directa que tuvo Tàpies en el arte venezolano como consecuencia de la gran exposición que le dedicó el Museo de Bellas Artes de Caracas en el año 1962.

Coincidencialmente, en Venezuela se vivía en esos años una situación política de gran convulsión pues el país salía de una dictadura que había oscurecido como suele suceder la esencia intelectual de la nación. Para los artistas venezolanos, igual que para Tàpies en su momento el descubrimiento de la materia en toda su dimensión era algo que les hacía sentir la vida.

Esbozamos lo anteriormente expuesto a modo de teoría, sin embargo, la imagen dice siempre mucho más, y esta exposición permitirá a cada uno de los asistentes sacar sus propias conclusiones. Todos los artistas presentes en esta muestra son muy conocidos en Venezuela, pero pocos lo son fuera del país, a pesar de haber nacido varios de ellos en Francia, Italia y España. Estos artistas extranjeros llegaron de sus respectivos países en las diversas migraciones que se sucedieron como consecuencia de las guerras en Europa y se amalgamaron con los creadores locales contribuyendo y enriqueciendo los discursos del arte venezolano. Hoy en día todos estos artistas viajeros son considerados artistas venezolanos. Para todos ellos, los que una vez fueron extranjeros y los nacidos en Venezuela, llegó el momento de mostrarlos y que sean reconocidos.