Enrique Sardá Los años tempranos

Exposición: 7 de febrero al 14 de marzo de 2014

Lugar: Odalys Galería de Arte - Caracas

Horario de exposición: 9:00 a.m. a 5:00 p.m


 



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Enrique Sardá, los años tempranos

Esta exposición presenta una selección de obras realizadas por Enrique Sardá entre los años 1948-1960. Se trata de un período muy significativo, no sólo dentro del proceso de construcción del discurso plástico del artista, sino también en la definición originaria del arte moderno en Venezuela. Los finales de los años cuarenta dan forma al contexto germinal de la abstracción –y constituyen un tiempo a veces desdibujado por la importancia asignada a las décadas siguientes de los cincuenta y sesenta con la explosión del cinetismo. En esa época se conforma un espacio de luchas iniciales, de primeras experimentaciones. Sardá pertenece al grupo de creadores que, para entonces, renovaron el curso de las artes plásticas venezolanas en abierta rebelión contra la tradición paisajista y los realismos imperantes, permitiendo el ingreso de lo contemporáneo en el panorama nacional en un ambiente multiplicador de tendencias y problemas, de radicales polémicas, de sacudidas profundas que condujeron a una desenvuelta y desprejuiciada experimentación dentro de los lenguajes del arte moderno. En 1942 el artista había ingresado en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas, y ya en 1945 se sumó a las protestas contra la enseñanza académica. Los alumnos resentían el atraso de los programas de la institución, apegados al paisajismo de tendencia postimpresionista, al realismo social y al naturalismo. Buscaban expresiones de diálogo con las artes internacionales. La situación culminó con una huelga liderada por Raúl Infante, Pedro León Zapata, Perán Erminy, Sergio González, Luís Guevara Moreno, Narciso Debourg y el propio Sardá. Ese mismo año, con Pedro León Zapata, Celso Pérez, Luis Guevara Moreno, Sergio González y Raúl Infante, pasó a formar parte de La Barraca de Maripérez, agrupación dirigida a replantear la enseñanza y a la búsqueda de nuevos lenguajes. En 1947, partió a México a fin de completar sus estudios y al año siguiente vuelve a Caracas con nuevos bríos para la renovación.

1948, año con el cual iniciamos el recorrido por su obra en la exposición, resulta crucial para el desarrollo de las artes en Venezuela. Es el año de creación del Taller Libre de Arte y no es casual que Sardá se haya integrado a esa experiencia. El Taller funcionó hasta 1952 y fue un punto de encuentro en el que se sentaron las bases de la vanguardia nacional. Allí nacieron formas alternativas de expresión, se dio cabida a las corrientes marginadas. El Taller, como señala el investigador y crítico Francisco Da Antonio, “potenció las fuerzas de transformación y de cambios contenidas en el entorno social y en todos los que, en virtud de su talento, de su trabajo y de su obra, convirtieron la plástica venezolana en un valor universal. Antes del surgimiento del Taller Libre de Arte, la creación que allí se gestó no existía en Venezuela”1. Dado que no fue un movimiento adosado a principios estéticos fijos o a ideologías dominantes, allí se alojaron, desde propuestas de radical tendencia a la abstracción, hasta aquellos como Mario Abreu, Oswaldo Vigas, Humberto Jaimes Sánchez, Ángel Hurtado y Enrique Sardá, que se inscribían en la aceptación de los principios del internacionalismo en el arte moderno fundado en la tradición del cubismo pero mantenían distancia ante la hegemonía del arte abstracto-geométrico, lo cual les otorgó una independencia que activó una mayor libertad para investigar signos y formas más libres, orgánicas, de distinta procedencia, incluso formas de origen indoamericano y autóctono.

Sardá se fue trazando un lento, seguro y silencioso camino en la sistematización de la abstracción como lenguaje donde no cedió jamás a las presiones y movimientos imperantes durante los años cincuenta. En esta obra temprana se revela una exigente lucha con la figuración: una suerte de duelo donde ambas tendencias recogen sus frentes en un equilibrio poético. Para entonces, se debatía por construir un idioma en el cual triunfase la creación de un espacio dinámico a través de la descomposición y la fragmentación de la forma, rechazando todo resquicio narrativo en el cuadro y toda ilusión de profundidad. Dos autorretratos, dos figuras (Mujer sentada y Mujer), Guitarra y frutas y Manzana, Fin Metamorfosis, así como dos composiciones, todas de 1948, y una composición de 1950, conforman el primer núcleo del discurso expositivo. Son piezas de pequeños formatos, todas sobre papel, con lo que se refuerza su talante de obras de raíz, de primeras aproximaciones a los problemas plásticos de la pintura moderna. El tratamiento es cubista. En ellas se aprecia la sentencia de Braque, según la cual el cuadro debía ser tratado como un hecho pictórico, de composición estructurada, formas y planos superpuestos en libre juego, que otorgan más importancia al movimiento que a la representación. Además de este libre juego entre los elementos plásticos, destaca el trazo expresivo y el manejo sobrio del color, que ya más adelante comenzaría a trabajar un lenguaje cromático más cálido. El segundo núcleo de la exposición incluye una serie de obras donde poco a poco va fortaleciendo su imbatible voluntad hacia la abstracción, pero siempre cuidando no caer en la fórmula de planos y colores. El resultado de este combate es una figuración-abstracta, una figura geometrizada, muy estilizada, cargada de un hondo lirismo, ya que Sardá no abandonó abruptamente el marco y el lienzo, y mucho menos la pintura –lo cual lo convierte en un artista muy interesante y peculiar entre los conquistadores de la modernidad en el país. Luego de una estadía en París, regresó a Venezuela donde los siguientes años se consolida con una serie de obras que en los años cincuenta y sesenta prevalecen por sus cualidades líricas. Figura en grises, 1951; Mujer con globo, 1952; Figuración Lírica, 1954¸Figura en grises y Mujer y niña con grises y azules, ambas de 1956; Figura sentada, Dos figuras grises y Figura en grises, todas de 1957, manifiestan el notable equilibrio y la sutileza de las relaciones de las figuras que se van deshaciendo entre formas geométricas. Este grupo se desliza sobre tonalidades grises predominantes sobre todo en los fondos, que proporcionan en las armonías un efecto casi musical. Entre ellas, la Figura sentada de 1957, una pieza notable, destaca por la síntesis y movimiento de las líneas que construyen la figura. El fondo está compuesto por sutiles tonos grises y malvas que hacen flotar el espacio. La figura geometrizada sobre planos cromáticos en escalas cálidas del rojo al amarillo, predomina en otro grupo de piezas formado por La mujer de la vela, 1955; Figura en rojo y Mujer con velo violeta, ambas de 1956, Gato, Gato en amarillos y El gato en rojo y violeta, todas de 1957 y Mujer con flor de 1958. Las figuras fluyen entre los planos de color, lo cual permite romper el rigor formal. La abstracción se fusiona orgánicamente con el objeto y se comporta, no como un opuesto a la figura sino como un proceso que juega con ella y permite profundizar el lenguaje de la figuración. El tercer núcleo de la muestra incluye las composiciones y abstracciones que nuevamente revelan la intensa voluntad de Sardá por la búsqueda de la soltura en abstracción sin encerrar la pintura en el rigor geométrico. El mismo espíritu lírico y poético de las figuras se mantiene en estas estructuras realizadas durante este período. Abstracción, 1950; Trompo, 1952; Composición en grises, 1955; Composición en tojos, 1956; Composición, 1957; dos piezas Sin título de 1958 y Composición, 1960, muestran esa especie de tensión musical que Sardá obtiene en su curso hacia una abstracción basada en la puesta en libertad de relaciones pictóricas, un juego entre los colores, entre lo ancho y lo estrecho, lo largo y lo corto, los fragmentos, los círculos y cuadrados. Son aquí habituales los entramados lineales de espesor pictórico que brindan profundidad al plano. El proceso hacia lo que el artista denomina la abstracción pura fue lento pero sin tropiezos; meditado, profundo y sin verse sometido a la violencia de las exigencias de la época para abandonar la pintura y la tela. La exhibición de estas obras tempranas de Enrique Sardá adquiere una doble significación en el contexto actual, donde se evidencia una vuelta a la abstracción y un surgimiento de las geometrías. En esa vuelta, la abstracción ha dejado de ser un lenguaje utópico, cerrado y excluyente y se concibe como una vía abierta de abordar la creación donde se regresa a los formatos más íntimos, al papel, a las técnicas pictóricas. Se trata de propuestas no dogmáticas, geometrías espontáneas, abstracciones naturales, más sensibles y flexibles, formas accidentales. Estas piezas de Sardá son, pues, portadoras de un inicio y de un vínculo que nos recuerda que el arte es un proceso en permanente comunicación entre los tiempos.

María Luz Cárdenas

Notas (1) Da Antonio, Francisco. En texto del catálogo de la exposición: Taller Libre de Arte. 1948-1952. Los orígenes de lo contemporáneo. Odalys Galería de Arte, Caracas, 2012-2013.